Federico García Lorca y San Francisco

En su poema juvenil "La balada de Caperucita" (1919)

   
   

Fuente: Javier HERRERO, Universidad de Virginia. La crisis juvenil de Lorca: El pulpo contra le estrella. Actas Asociación Internacional de Hispanistas -AIH- X (1989), págs. 1827-1828 (Extracto).

En un poema inédito de enero de 1919 titulado «Caperucita» Lorca recrea el famoso cuento infantil, pero la niña en lugar de perderse en el bosque emprende un fantástico viaje por los cielos. Un bondadoso santo la guía, San Francisco de Asís. Lo sorprendente del viaje es la extraordinaria visión que aparece ante los inocentes ojos de la niña: muchos de los santos, lejos de vivir una existencia gloriosa, se encuentran arrinconados en el desván del cielo: San Francisco se lo enseña:

«Mira, ya llegamos al desván del cielo»

El Santo y la niña penetran callados

en la claridad

De un salón inmenso

Todo abarrotado de santos dormidos

Momias herrumbrosas de ojos soñolientos.

A un monje le nacen musgos,

Las yedras oprimen a un santo que Teza

Y las lagartijas corren sobre el báculo

De uno que bendice con mano sin dedos.

Si la gloria cristiana carece de vitalidad, tampoco los dioses paganos (que aparecen, aprisionados, en ese mismo cielo) subsisten en una existencia mucho más vigorosa: pero su pasividad parece deberse más a impotencia y opresión que a la apatía que atenaza a esos santos adormilados.

San Francisco y Caperucita han continuado su peregrinación celestial y penetran ahora en un espacio que, a juzgar por los signos externos, parece al menos poseer algunos elementos en que resuenan viejas nostalgias de gloria:

Llegan a una puerta de nácar.

Sobre el muro de nubes hay un friso de rosas

Adornadas del rocío que tiene la mañana.

«Abrid deprisa», grita San Francisco. La puerta se abre.

Y entran radiantes. Un ángel con espada

Pregunta bruscamente. ¿No tienes contraseña?

Y Francisco solemne responde: «Ve mis llagas».

«¡Pasa capitán santo! Mas el Señor no quiere

Que entren en este sitio todos. No en esta sala,

Pues aquí están atados los dioses que existieron

Antiguamente. ¡Cientos de cientos!» «¡Cuántas estatuas!

Dime Francisco bueno, ¿Están vivas?» «Algunas tienen

culto en la tierra y aún conservan la llama

del espíritu. Mira como mueven las Venus

los ojos.»

Los dioses paganos, pues, carecen también de vida (o, al menos muchos de ellos), pero su reducción al estado de «estatuas» se debe a que han sido «atados» por los ángeles cristianos. Estos, sin embargo, no han podido aniquilarlos totalmente. No sólo Venus «conserva la llama del espíritu» (porque aún tiene «culto en la tierra») sino que, como los versos con los que continua el poema indican, no han conseguido los mensajeros del Señor apagar la llama de Eros.

Caperucita se ha compadecido de un bonito niño que grita y salta, pero que tiene los ojos vendados. San Francisco contesta a sus preguntas:

«Hijita es el Amor e intacta

Tiene la brasa viva con que nació. Quisieron

Cargarlo de cadenas por ver si se apagaba

Pero todas las noches suben

Miles de lucecitas que la avivan y agrandan

(Archivo Familia García Lorca).

Aunque la pintura presentada en este poema no es conclusiva, parece claro que Lorca interpreta el paraíso en su versión tradicional cristiana como reducido a un desván de polvorientas antiguallas que apenas sí pueden contener la renaciente vitalidad de los dioses clásicos, de los que aquellos que aún dan señales de vida son los grandes modelos del amor pagano: Venus y Eros. Este conflicto entre dos cielos (dos religiones, la pagana y la cristiana) parece haber obsesionado a Lorca entre los años 1917 y 1921; conflicto que, aunque de forma menos explícita, pero más profunda, permanecerá sin resolverse hasta su muerte.

 

Regresar
 
© - fratefrancesco.org - Fr. Tomás Gálvez - Creada el 22-5-2002