La sombra del Hermano de Asís

José Hernández Amador (1877-1950)

   
   

 

José Hernández Amador es, quizás, el escritor hispánico que más se parece al santo de Asís en lo humano y lo poético. De él decía Sebastián Padrón Acosta: "Incapaz de hacer el mal, todo lo perdona y vive en el en cantado castillo de sus sueños, jardín quimérico donde se abren las rosas de su sentimiento y cordialidad. Sobre sus copos de luna cae una áurea ráfaga franciscana..." (Poetas canarios de los siglos XIX y XX, Tenerife 1966, 366).
Su obra se caracteriza por el amor a su tierra y por las composiciones místicas. El poema "La sombra del Hermano de Asís" en la más pura técnica modernista, es producto de sus continuas lecturas de los santos. Fue leído públicamente en la inauguración de la catedral de La Laguna, en 1913.
 

De un humilde peregrino

cuenta el pueblo de Toscana

una historia prodigiosa

saturada de fragancia;

Fiel relato que conmueve

lo más hondo de las almas,

de las almas que escudriñan

buceando en limpia fuente

devotas tradiciones de la raza...

 

Yo percibo entre mis sueños,

por la tierra agreste y parda

una sombra lenta y suave,

una sombra solitaria

que en el aire va dejando

un reguero luminoso

al hollar de sus sandalias;

es la sombra de otros tiempos,

de otra edad noble y lejana

cuyo trazo vigoroso,

cuya línea consagrada

puso cerco a los castillos

frente al cerco de las lanzas,

sin temor de los guerreros

el estruendo de las armas

ni los bélicos sonidos

que emitían los clarines

desde el mar a la montaña.

 

Es la sombra cuyos brazos

ampararon al humilde

en las noches de borrasca.

Es la sombra que recorre

los senderos polvorientos,

las estepas desoladas,

y al portal de la pobreza

sonriente y compasiva

se acercaba...

Y más tarde se perdía,

eminente y temblorosa

como el rastro de una estrella

fugitiva que se apaga.

 

Sacra sombra que errabunda,

incansable relataba

las doctrinas del Maestro

en el fondo de los bosques,

a las piedras y a las aguas...

Evangélica figura

cuya frente circundada

por la fe resplandeciente,

por un rayo de esperanza,

en el seno de los siglo

sus rosales legendarios

aún esplenden rosas blancas.

 

Oh, el humilde peregrino

de los valles de Toscana;

el seráfico viajero

con aroma de plegaria,

que sufriendo los desdenes

de los hijos de la patria,

nunca tuvo ni un reproche,

ni un eco amargo su palabra;

su palabra que el viento se extinguía...

 

Y la luz de su mirada

en las hondas agonías del ocaso

¡con qué extraños resplandores fulguraba!

¡Cuántas veces en mis sueños,

esta sombra dulce y vaga,

el lumínico sendero me han mostrado

al pasar como una ráfaga;

y el perfume de una rosa

de una albura inmaculada

ha caído cual rocío,

como lluvia bienhechora

en la sima tenebrosa de mi alma!

 

Yo que vago solitario

por la estepa desolada

quiero ver tras de las nieblas de mis culpas,

como rayo de esperanza

el divino claror suave

que en el oro de la gloria

van dejando sus sandalias.

 

 

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