Fray Sebastián (Sillero) de Jesús

Franciscano descalzo o alcantarino (1665-1743)

   
   

 

Fiesta: 15 de octubre.

Beatificación: Pío VI, el 19 de junio de 1776.

Nacimiento: Montalbán (Córdoba, España), 22 de enero de 1665

Muerte: Sevilla (España), 15 de octubre de 1743

Orden: Franciscanos Menores Descalzos o Alcantarinos

 

Vida de Fray Sebastián de Jesús

A las tres del día 22 de Enero de 1.665, nació en Montalbán fray Sebastián Sillero, hijo de Alonso Sillero y de María Pérez, matrimonio piadoso al que la pobreza obligaba a trabajar de jornaleros y a vivir en despoblado, en una choza miserable. A los ocho días fue bautizado en la iglesia parroquial de Santa María de Gracia, con el nombre de Sebastián. Fueron sus padrinos don José de Alfán y doña Ana de Castro.

Los padres de Sebastián, sencillos y virtuosos, le enseñaron las oraciones, el respeto a las autoridades y la devoción a Jesús del Calvario. ESa fue la única enseñanza que recibió de sus padres, pues la triste situación en que vivían no le permitían mandarlo a la escuela, en la que habría hecho progresos, a juzgar por la facilidad con que él solo aprendió a leer y escribir.

Murió el padre de Sebastián, dejando a su mujer y a hijos sin de medios de subsistencia y padeciendo las penalidades propias de su extrema pobreza. Un hermano de su madre, vecino de Écija y jurado en el Ayuntamiento, al conocer la estrechez en que vivían resolvió llevarlos a su casa, para que se viesen socorridos en sus más urgentes necesidades.

En Écija Sebastián aprendió los rudimentos de la pintura, y sus inclinaciones de no tardaron en cautivar el ánimo de su tío, que siempre lo encontró retraído de la compañía y trato de los de su edad, entretenido siempre pintando en la paredes imágenes de santos. Al contraer su madre segundas nupcias con un hombre de Montalbán, la familia regresó de nuevo a su pueblo de origen, y Sebastián, para ayudar en casa, se puso a trabajar.

Al poco tiempo, cuando ya contaba con 16 años, su tío lo mandó llamar a Écija, donde, para serle menos gravoso, se puso a trabajar en el arte de la seda, oficio que ejerció durante 5 años en el que pasaba buena parte de su tiempo libre absorto en las iglesias, sobre todo la del convento de San Francisco, de los franciscanos descalzos. Sebastián se sintió atraído por aquella vida, y decidió ingresar allí. El 19 de Enero de 1.686 empezaba el noviciado., después del cual profesó la Regla franciscana con el nombre de Fray Sebastián de Jesús, por la devoción que le tenía a la imagen de Jesús del Calvario de su pueblo. Al año siguiente recibió las órdenes menores, y el primer cargo que le dieron fue el de preparar y servir en el refectorio. Luego pareció bien a sus superiores darles en encargo de  la recolección e limosna por los campos ecijanos, que ejerció durante dos años. Por su modo de ser, humilde y discreto, la gente empezó enseguida a tomarle aprecio e incluso cierta devoción. Era un habilidoso orfebre, y a los crucifijos que hacía y luego regalaba a los bienhechores le atribuían ciertos poderes milagrosos. Preocupados la fama de santo que iba en aumento, los superiores, después de mucho reflexionarlo, lo destinaron primero a Lepe, luego a Ronda y a Sanlúcar; hasta que se dieron cuenta de que, con los cambios de convento, lejos de disminuir su fama lo que conseguían era aumentarla , de modo que lo mandaron definitivamente a Sevilla.

Durante la estancia en Sevilla del Infante Carlos (futuro Carlos III), éste tuvo ocasión de conocer al afamado clérigo, y quedó impresionado por su humildad. Fray Sebastián había ido a visitarle, para advertirle del peligro de una borrasca en el viaje, y para entregarle un crucifijo que debía protegerlo. La borrasca, en efecto, sobrevino, pero Carlos prefirió capear el temporal, antes que arrojar el crucifijo al mar, como le había indicado Sebastián que hiciera.

El 2 de octubre de 1.743, le asaltó a Sebastián una ardiente calentura y un dolor en el costado. Llevado a la enfermería, fue asistido por los mejores facultativos, que nada pudieron hacer para su curación. La noticia de su gravedad se divulgó por Sevilla, y la gente acudió en masa a las puertas del convento. En el lecho de muerte recibió la visita de numerosos fieles y de varios pintores, que lo retrataron. Murió al amanecer del 15 de octubre, y su cuerpo quedó expuesto en la capilla de la iglesia de la Veracruz, la misma donde fue enterrado. La muchedumbre que acudió a visitar su cuerpo sin vida exclamaba: "Ha muerto el santo, el padre de los pobres. Ya no está el que consolaba a los afligidos", y la aflicción durante su entierro fue grande.

El rey Carlos III se enorgullecía de haberlo conocido y tratado en Sevilla, y fue él quien mandó expedir una real orden para iniciar el proceso de beatificación en 1.771. Para el proceso  se presentaron las declaraciones de 53 personas que lo conocieron, en la que relataban las gracias y milagros realizados por fray Sebastián. En carta del 2 de septiembre de 1773, dirigida al cardenal Solís, arzobispo de Sevilla, el Rey le contaba la historia de la cruz que le regaló fray Sebastián cuando iba a embarcarse para Italia, y que le había servido para curar de una grave enfermedad a la infanta María Luisa. El 16 de diciembre de 1775 se introdujo la Causa, y la beatificación tuvo lugar unos meses más tarde, el 19 de junio de 1776, por parte de Pío VI.

 
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