Santa Isabel de Hungría

Patrona de la Orden Franciscana Seglar (OFS)

   
   


Fiesta: 17 de noviembre.

Canonización: Gregorio IX, 27 de mayo de 1235
Nacimiento:
Sárospatak (Hungría), 7 de julio de 1207

Muerte: Marburgo, 17 de noviembre de 1231
Orden: Franciscana Seglar

Patrona de la Orden Franciscana Seglar

Fuente: Conferencia de la Familia Franciscana

 

HEMOS CREÍDO EN EL AMOR

 

CONFERENCIA DE LA FAMILIA FRANCISCANA

CARTA CON MOTIVO DEL VIII CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA ISABEL PRINCESA DE HUNGRÍA, GRAN CONDESA DE TURINGIA, PENITENTE FRANCISCANA

 

A todas las hermanas y hermanos de la familia franciscana, de manera especial, a todos las hermanas y hermanos de la Tercera Orden Regular y de la Orden Franciscana Seglar, que se honran en tener a Sta. Isabel como patrona:
la misericordia de Dios inunde vuestros corazones.

 

1. VIII centenario, 1207 - 2007

El próximo año 2007, celebraremos el VIII centenario del nacimiento de santa Isabel, princesa de Hungría, gran condesa de Turingia y penitente franciscana. Este año jubilar se abrirá el 17 de noviembre de 2006, fiesta de santa Isabel, y se cerrará el mismo día de 2007.

La Tercera Orden Franciscana la honra como patrona y toda la familia franciscana la cuenta entre sus glorias. Queremos aprovechar esta ocasión única para presentar su figura excepcional de entrega a Dios Padre, en el seguimiento de Cristo y en la disolución de todo su ser en el Dios-Amor.

El papa Benedicto XVI, en la encíclica programática de su pontificado, Deus caritas est, nos ha recordado cuál es la opción fundamental del cristiano expresada con estas palabras: Hemos creído en el amor de Dios. Ojalá nuestra fe salga fortalecida en este encuentro jubilar con santa Isabel que creyó profundamente en el amor.

En la vida de santa Isabel se manifiestan actitudes que reflejan literalmente el evangelio de Jesucristo: el reconocimiento del señorío absoluto de Dios; la exigencia de despojarse de todo y hacerse pequeña como un niño para entrar en el reino del Padre; el cumplimiento, hasta sus últimas consecuencias, del mandamiento nuevo del amor.

Se vació de sí misma hasta hacerse asequible a todos los menesterosos. Descubrió la presencia de Jesús en los pobres, en los rechazados por la sociedad, en los hambrientos y enfermos (Mt, 25). Todo el empeño de su vida consistió en vivir la misericordia de Dios-Amor y hacerla presente en medio de los pobres.

Isabel buscó el seguimiento radical de Cristo que, siendo rico se hizo pobre, en el más genuino estilo de Francisco. Abandonó las ficciones y ambiciones del mundo, el boato de su corte, las comodidades, las riquezas, los atuendos de lujo... Bajó de su castillo y puso su tienda entre los despreciados y heridos para servirles. Fue la primera santa franciscana canonizada, forjada en la fragua evangélica de Francisco.
Es cierto que la efemérides que celebramos se pierde en la penumbra de un pasado remoto, envuelta en leyendas, pero estamos convencidos de que, si en este año jubilar nos encontramos con la santa y su obra, más allá de la leyenda, saldremos enriquecidos en nuestro ser y en nuestro obrar.

 

2. Leyenda y vida de Isabel

Su vida ha sido entretejida de leyendas, fruto de la veneración, de la admiración y de la fantasía, que plasman facetas importantes de su personalidad. Pero nos interesa más la historia que se esconde detrás de las leyendas. Queremos conocer su personalidad, su genio, su santidad única y provocativa. Las leyendas que envuelven su persona son los colores vivos de su imagen, son la metáfora de los hechos; no las podemos tampoco desechar.

¿Quién fue Isabel? Una princesa de Hungría que nació en 1207, hija del rey Andrés II y de Gertrudis de Andechs-Merano. Según la tradición húngara, nació en el castillo de Sárospatak, uno de los preferidos por la familia real, al norte de Hungría. Como fecha, la tradición suele indicar el 7 de julio. Nos queda seguro sólo el año.

Siguiendo los usos vigentes entre la nobleza medieval, Isabel fue prometida como esposa a un príncipe alemán de Turingia. A los cuatro años (1211), fue confiada a la delegación germana que fue a recogerla en Presburgo, entonces la plaza fuerte más occidental del reino de Hungría.

Fue educada en la corte de Turingia, junto a los otros hijos de la familia condal y junto al que sería su esposo, como era costumbre entonces. Se casó a los catorce años con Luis IV, landgrave o gran conde de Turingia. Tuvo tres hijos. Enviudó a los veinte años. Murió a los 24, en 1231. Fue canonizada por Gregorio IX en 1235. Un récord de vida densa y crucificada, para escalar la santidad más elevada y ser propuesta como ejemplo imperecedero de abnegación y entrega.

Hay un malentendido arraigado entre en pueblo cristiano, debido a las leyendas y biografías populares poco rigurosas, que sostienen que Isabel fue reina de Hungría. Pues bien, jamás fue reina ni de Hungría ni de Turingia, sino princesa de Hungría y gran condesa o landgrave de Turingia, en Alemania. Tradicionalmente se representa a Isabel con una corona que usaba no como reina, sino como princesa o gran condesa.

 

3. Esposa y madre

Las compañeras y sirvientas de Isabel nos cuentan que su peregrinación hacia Dios empezó en la tierna infancia: sus juegos, sus ilusiones, sus oraciones apuntan desde su primeros años hacia un más allá.

En 1221, a los14 años, se casó con el landgrave Luis IV de Turingia. Luis e Isabel habían crecido juntos y se trataban como hermanos. La boda tuvo lugar en la iglesia de san Jorge de Eisenach.

Hasta 1227, Isabel fue ejemplar esposa, madre y landgrave o gran condesa de Turingia, una de las mujeres de más alta alcurnia del imperio.
Las relaciones matrimoniales entre ellos no fueron según el estilo común de la época, de ordinario marcadas por razones políticas o de conveniencia, sino de afecto auténtico, conyugal y fraterno.

De casada, Isabel dedicaba mucho tiempo a la oración en las altas horas de la noche, en la misma cámara matrimonial. Sabía que se debía a Luis totalmente, pero había oído ya la invitación del “otro esposo”: “sígueme”. De este amor con dos vertientes manaba, sin embargo, un profundo gozo y plena satisfacción, no el conflicto de una escisión interior. Dios era el valor supremo e incondicional que alentaba todos los otros amores al esposo, a los hijos, a los pobres.

El milagro de las rosas que ha tejido la leyenda, no expresa bien estas relaciones matrimoniales. Cuando Isabel se vio sorprendida por su esposo con la falda cargada de panes, no tenía motivo alguno para esconder sus propósitos misericordiosos al marido. No tenía razón de ser que aquellos panes se convirtieran en rosas. Dios no hace milagros inútiles.

Isabel tuvo tres hijos: Germán, el heredero del trono, Sofía y Gertrudis; ésta última nació cuando ya había muerto su esposo (1227), víctima de la peste, como cruzado camino de Tierra Santa. Ella contaba solamente 20 años.

Con la muerte de Luis, murió también la gran condesa y se acentuó la hermana penitente. Se discute entre los biógrafos si fue echada del castillo de Wartburgo o se marchó. Su respuesta a la soledad y al abandono fue el canto de agradecimiento que pidió entonar en la capilla de los Franciscanos, el Te Deum.

 

4. Isabel, penitente franciscana

Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu penitencial de Francisco. Había ya numerosos penitentes franciscanos; muchos hombres y mujeres del pueblo seguían la vida penitencial marcada por san Francisco y predicada por sus frailes.

Los hermanos menores llegaron a Eisenach, la capital de Turingia, a finales de 1224 o inicios del 25, en cuyo castillo de Wartburgo residía la corte del gran ducado, presidida por Luis e Isabel.

La predicación de los frailes menores entre el pueblo, la que habían aprendido de Francisco de Asís, era la vida de la penitencia, es decir, el abandono de la vida mundana, la práctica de la oración, de la mortificación y el ejercicio de las obras de misericordia. Este estilo de vida lo describe Francisco en la carta a todos los fieles penitentes.

Un tal fray Rodrigo la introdujo en la vida penitencial que caló en su alma abonada ya para los valores del espíritu. Los testimonios de su franciscanismo, que aparecen en las fuentes isabelinas, son innegables:

– Consta que Isabel cedió a los frailes franciscanos una capilla en Eisenach.
– También hilaba lana para los frailes menores.
– Cuando fue echada de su castillo, sola y abandonada, acudió a los Franciscanos para que cantaran un Te Deum en acción de gracias a Dios.
– El Viernes Santo, 24 de marzo de 1228, puestas las manos sobre el altar desnudo, hizo profesión pública en la capilla franciscana. Asumió el hábito gris de penitente como signo externo.
– Las cuatro sirvientas, interrogadas en el proceso de canonización, también tomaron este hábito gris. Esta “túnica vil”, con la que Isabel quiso ser sepultada, expresaba la profesión religiosa que le había conferido una nueva identidad.
– El hospital que fundó en Marburgo (1229) lo puso bajo la protección de san Francisco, canonizado pocos meses antes.
– El autor anónimo cisterciense de Zwettl (1236), afirmó que, “vistió el hábito gris de los frailes Menores”.

El empeño demostrado por Isabel en vivir la pobreza, regalarlo todo y dedicarse a la mendicidad, ¿no eran las exigencias de Francisco a sus seguidores?
Éstos testimonios vienen corroborados por otras fuentes, que ilustran la vida penitencial de Isabel; tales como las reglas y otros documentos franciscanos; el Memoriale propositi o regla antigua de los penitentes y las semejanzas o conformidades entre Isabel y Francisco.

 

5. Las dos profesiones de Isabel

En las fuentes biográficas encontramos dos profesiones de Isabel y dos maneras de profesar usadas entonces. Con la primera entró en la orden de la penitencia, todavía en vida de su esposo. Con sus manos en las del visitador Conrado de Marburgo, prometió obediencia y continencia.

Conrado era un predicador de la cruzada, pobre y austero, probablemente sacerdote secular. Isabel, con el consentimiento de Luis, lo tomó personalmente porque era pobre.

Los visitadores no tenían que ser necesariamente Franciscanos. San Francisco en la regla no bulada (1221) ordena que “ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por algún hermano, sino que, una vez aconsejada espiritualmente, haga penitencia donde quiera” (cap. XII).

Con Isabel profesaron además tres de su sirvientas o compañeras que formaron una pequeña fraternidad de oración y vida ascética bajo su superior-visitador Conrado.

Después de la muerte de su esposo, ellas la acompañaron en su destierro del castillo hacia el reino de los pobres. Fueron su aliento en las horas amargas de soledad y abandono. Con ella emitieron una segunda profesión pública, el Viernes Santo de 1228, y se consolidó una comunidad religiosa. Sus sirvientas recibieron como ella el hábito gris y se empeñaron en el mismo propósito de esparcir la misericordia de Dios; comían y trabajaban juntas, salían juntas a visitar las casas de los pobres y les mandaba llevar alimentos para repartir a los necesitados. Al regresar, las instaba a orar.

Se trataba de una vida religiosa plena, para mujeres profesas, sin clausura estricta y dedicadas a una labor social: servicio a los pobres, marginados, enfermos, peregrinos... era un estilo de vida consagrada en el mundo.

Pero la aprobación canónica de un tal estilo de vida comunitaria femenina, sin clausura estricta, tuvo que esperar siglos para ser reconocido por la Iglesia. La vida monacal era entonces la única forma canónica admitida por la Iglesia, para las comunidades religiosas de mujeres.

Isabel, sin embargo, supo coordinar ambas actitudes, la de la intimidad con Dios y el servicio activo a los pobres: “Mariam induit, Martham non exuit”; se revistió de María pero no se despojó de Marta.

Hoy día las congregaciones femeninas TOR son unas 400 con unas cien mil religiosas profesas, que siguen las huellas de Isabel en la vida activa y contemplativa, y pueden llamarse sus herederas.

 

6. Princesa y penitente misericordiosa

La breve vida de Isabel está saturada de servicio amoroso, de gozo y de sufrimiento. Su prodigalidad y trato con los indigentes provocaba escándalo en la corte de Wartburgo; no encajaba en su medio. Muchos vasallos la tenían como una loca. Aquí encontró una de sus grandes cruces: crucificada entre la sociedad a la que pertenecía y la de aquellos que desconocían la misericordia.

Ejerciendo la plenitud de su poder, cuando era todavía la gran condesa, en ausencia de su marido, tuvo que afrontar las calamidades de una carestía general que asoló el país. No dudó en vaciar los graneros del condado para socorrer a los menesterosos.

Isabel servía personalmente a los abatidos, a los pobres y enfermos. Cuidó leprosos, la escoria de la sociedad, como Francisco. Día a día, hora a hora, pobre a pobre, vivió y gastó la misericordia de Dios en el río de dolor y de miseria que la envolvía.

En los desventurados, Isabel veía la persona de Cristo (Mt. 25,40). Esto le dio fuerza para vencer su repugnancia natural, tanto que llegó hasta a besar las heridas purulentas de los leprosos.

Pero Isabel usó no sólo del corazón, sino también de la inteligencia en su obra asistencial. Sabía que la caridad institucionalizada es más efectiva y duradera. En vida de su marido, contribuyó en la erección de hospitales en Eisenach y Gotha. Luego construyó el de Marburgo, la obra predilecta de su viudedad. Para atenderlo fundó una fraternidad religiosa con sus amigas y sirvientas.

Trabajaba con sus propias manos: en la cocina, preparando la comida; en el servicio de los indigentes hospitalizados; fregaba los platos y alejaba las sirvientas, cuando éstas se lo querían impedir. Aprendió a hilar lana y a coser vestidos para los pobres y ganarse el sustento.

 

7. Isabel contemplativa y santa

La santidad aparece en la historia de la Iglesia como una locura, la locura de la cruz. Y la de Isabel es una auténtica locura. En su vida brilla con singular esplendor la supremacía de la caridad. Su persona es un canto al amor, plasmado en servicio y abnegación, volcado a sembrar el bien.

Se propuso vivir el Evangelio sencillamente, sin glosa, diría Francisco, en todos los aspectos, espiritual y material. Ella no dejó nada escrito, pero numerosos pasajes de su vida sólo pueden entenderse desde una comprensión literal del evangelio. Hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús en el Evangelio:

– El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17, 33; Mc 8, 35).
– Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8, 34-35).
– Si quieres ser perfecto ve, vende los que tienes, dáselo a los pobres y sígueme (Mt 19,21).
– El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí (Mt 10,37).

La ardiente fuerza interior de Isabel brotaba de su contacto con Dios. Su oración era intensa, continua, a veces, hasta el arrobamiento. La conciencia constante de la presencia del Señor era la fuente de su fortaleza y alegría, y de su compromiso con los pobres. Pero también el encuentro de Cristo en los pobres estimulaba su fe y su plegaria.

Su peregrinación hacia Dios está jalonada por pasos decididos de desprendimiento hasta llegar al despojo total como Cristo en la cruz. Al final no le quedó nada más que la túnica gris y pobre de penitencia que quiso conservar como símbolo y mortaja.
Isabel irradiaba gozo y serenidad. El fondo de su alma era el reino de la paz. Hizo realidad la perfecta alegría enseñada por Francisco en la tribulación, en la soledad y en el dolor. “Hemos de hacer los hombres felices”, les decía a sus sirvientas-hermanas.

 

8. Conclusión

Isabel pasó por esta vida como un meteoro luminoso y esperanzador. Encendió luces en la oscuridad de muchas almas. Llevó el gozo a los corazones afligidos. Nadie podrá contar las lágrimas que secó, las heridas que cicatrizó, el amor que despertó.

Su santidad fue una novedad rica en matices y eminentes virtudes. Ya no fueron las mártires o las vírgenes las que tuvieron acceso al honor de los altares, sino también las esposas, las madres y las viudas.

Isabel recorrió el camino del amor cristiano como seglar, esposa y madre pero, después de la segunda profesión, fue una mujer plenamente consagrada a Dios y al alivio de la miseria humana.

La Orden Tercera de san Francisco, la regular y la secular, se proponen avivar la memoria de su santa patrona en el octavo centenario de su nacimiento y proponerla como luz y ejemplo del compromiso evangélico. La familia franciscana quiere honrar la primera mujer que alcanzó la santidad siguiendo las huellas de Cristo según la “forma vitae” de Francisco.

Si evocamos su nacimiento, su personalidad singular y su sensibilidad, es para que, a través del conocimiento y de la admiración, nos convirtamos en instrumentos de paz, aprendamos a verter un poco de bálsamo en las heridas de nuestro entorno, a humanizar nuestra circunstancia, a secar algunas lágrimas. Derramemos corazón donde no campea la misericordia del Padre. El compromiso que vivió Isabel estimule nuestro compromiso. Su ejemplo e intercesión iluminarán nuestro camino hacia el Padre, fuente de todo amor: el Bien, todo bien, sumo bien; la quietud y el gozo.

Roma, 17 de Noviembre de 2006 - Fiesta de Santa Isabel

 

Fr. Mauro Jöhri, OFMCap Fr. José Rodriguez Carballo, OFM
Ministro general Ministro general
Presidente CFF

Fr. Joachim Giermek, OFMConv Fr. Ilija Živkovič, TOR
Ministro general Ministro general

Encarnación Del Pozo, OFS Sr. Anísia Schneider, OSF
Ministra general Presidenta CFI-TOR

 

FUENTES PRINCIPALES

1. Conrado de Marburgo, Epistola, también llamada Summa Vitae, síntesis biográfica.
2. Dicta quatuor ancillarum [Declaraciones de las cuatro doncellas].
3. Cesáreo de Heisterbach, cisterciense, Vita sancte Elysabeth lantgravie, [Vida de Santa Isabel gran condesa] 1236.
4. Anónimo de Zwettl, cisterciense, Vita Sanctae Elisabeth, Landgravie Thuringiae [Vida de santa Isabel gran condesa de Turingia] 1236.
5. Crónica de Reinhardsbrun, el monasterio benedictino.
6. Anónimo Franciscano, Vita beate Elisabeth, [Vida de santa Isabel], finales del s. XIII.
7. Dietrich de Apolda, dominico, Vita S. Elisabeth, entre 1289 y 1291.

 
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