Fr. Tomás Gálvez:

in memoriam

Fray Tomás Gálvez Campos, creador de esta página web, falleció repentinamente el 13 de agosto de 2008.

El Señor ha querido que se mantenga esta iniciativa suya y que además haya visto la luz su obra "Francisco de Asís, paso a paso".

En el primer aniversario de su muerte en Cristo, seguimos dando gracias a Dios por su vida franciscana, por todo el bien que hizo en su servicio a la Iglesia, y por todos los dones que nos está regalado por su mediación.

 

Fragmentos de su obra "Francisco de Asís, paso a paso"

 

- Fe de san Francisco en las iglesias

- Amor a los sacerdotes, incluso a los públicamente pecadores

- “Vivir y hablar como católicos”

- La Iglesia, garante del carisma franciscano

- La centralidad e importancia de la Eucaristía

- Evangelizar desde el amor a la Iglesia

- Tres ejes de la vida franciscana

- Ser Evangelio viviente


Fe de san Francisco en las iglesias


La fe de Francisco en las iglesias, como resulta de su Testamento, abarcaba
también la doctrina católica, a los sacerdotes y su autoridad: “El Señor me
dio y me sigue dando una fe tan grande en los sacerdotes que viven según las
normas de la santa Iglesia romana por la ordenación recibida que, si me
viese perseguido, quiero recurrir a ellos


Y a estos sacerdotes y a todos los demás quiero honrar como a mis señores. Y no quiero buscar pecados en ellos, pues en ellos veo al Hijo de Dios y son mis señores”. Por eso, igual que enseñaba a sus compañeros a alabar a Dios por toda criatura, les exhortaba también a honrar a los sacerdotes con un respeto especial, y a creer firmemente y confesar con sencillez las verdades de la fe católica, tal como la enseña la Iglesia de Roma.(p. 100, del libro de fr. Tomás).



Amor a los sacerdotes, incluso a los públicamente pecadores
 


Recordaba Francisco en su Testamento que “el Señor me dio, y me sigue dando, una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por su ordenación, que, si me viese perseguido, quiero recurrir a ellos. Y si tuviese tanta sabiduría como la de Salomón y me encontrase con algunos pobrecillos sacerdotes de este siglo, en las parroquias en que habitan, no quiero predicar al margen de su voluntad. Y a estos y a todos los demás sacerdotes quiero temer, amar y honrar, como a mis señores. Y no quiero mirar pecado en ellos, porque en ellos veo al Hijo de Dios, y son mis señores. Y lo hago por esto: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a otros”. Conformes a dicho razonamiento, tanto él como sus compañeros se confesaban con frecuencia con un cura que tenía fama de vida escandalosa, sin querer
dar crédito a lo que les contaban de él, ni dejar por ello de confesarse con él, tratándolo con el debido respeto. (p. 152, del libro de fr. Tomás)
 

 

 

 

“Vivir y hablar como católicos”

Francisco no se cansaba de exhortar a sus hermanos a vivir fielmente el Evangelio y la Regla que prometieron. De modo especial, al contrario que los herejes de su tiempo, pedía respeto a los ministerios y normas de la Iglesia, la asistencia a misa y la contemplación del cuerpo de Cristo, así como un trato exquisito con los sacerdotes, ministros de la eucaristía. Les decía que, dondequiera que encontrasen a un sacerdote, le hicieran reverencia y besaran con atención y reverencia sus manos. Y no sólo las manos: hasta los cascos de sus cabalgaduras debían besar, “por reverencia a sus poderes”. A quienes esto hicieran, los alababa de este modo: “¡Dichoso el siervo que mantiene la fe en los clérigos que viven con autenticidad según la forma de la Iglesia de Roma! ¡Ay de los que la desprecian! Pues, aunque sean pecadores, nadie debe juzgarlos, ya que el Señor mismo se reserva para él solo el hacerlo. Y, cuanto mayor es el ministerio que tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos, que quienes lo hacen contra la gente de este mundo”.Por otra parte, si los hermanos se profesan católicos, deben ser coherentes, y así lo prescribe el capítulo 19 de la primera Regla: “Todos los hermanos sean católicos y vivan y hablen como tales; pero si alguno se aparta de la fe y forma de vida católica de palabra o de obra, y no se enmienda, sea expulsado absolutamente de nuestra fraternidad. Y a los clérigos y religiosos tengámoslos a todos por señores en lo que toca a la salvación de nuestra alma, si no se desvían del espíritu de nuestra orden. Y veneremos en el Señor su ordenación, oficio y ministerio”. (pp.312-313, del libro de fr. Tomás)

 

La Iglesia, garante del carisma franciscano

El Señor me ha dado y me dará muchos hijos, que no podré defender con mis solas fuerzas. Así que tengo que encomendarlos a la santa Iglesia, para que ella los proteja bajo sus alas y los gobierne. De ese modo, los maliciosos serán golpeados por la vara de su poder y los hijos de Dios gozarán en todas partes de plena libertad, para mayor provecho de su salvación eterna. En eso reconocerán los hijos los tiernos cuidados de la madre y seguirán sus huellas venerables con especial devoción. Su protección defenderá a la Orden de los ataques de los malintencionados, y el diablo no entrará impunemente en la viña del Señor. Incluso la Iglesia, que es santa, imitará la gloria de nuestra pobreza y no permitirá que la soberbia eclipse los grandes méritos de la humildad. Ella conservará intactos en nosotros los vínculos de la caridad y la paz, castigando con rigor y severidad a los causantes de discordia. En su presencia florecerá siempre la observancia de la pureza evangélica y no permitirá, ni por un instante, que se disipe el buen olor de esta forma de vida.

Esos fueron los motivos por los que Francisco, tras entrevistarse con Hugolino en Florencia, se propuso solicitar a Honorio III que el cardenal fuese algo así como el papa de los Menores, al que ellos pudieran recurrir cuando fuera necesario. (pp. 330-331, del libro de fr. Tomás)
 

 

 

 

La centralidad e importancia de la Eucaristía

La Carta a todos los clérigos se centra exclusivamente en un tema que apasionaba a Francisco: el culto a la Eucaristía. En ella repite y desarrolla lo que ya sabemos por otros escritos suyos y a través de los biógrafos. El texto empieza llamando la atención al gran descuido e ignorancia de algunos clérigos respecto al sacramento, y también a las palabras escritas que lo realizan, porque "no puede existir el cuerpo si previamente no ha sido consagrado por la Palabra, por la cual hemos sido creados y redimidos de la muerte a la vida”. Y les hace ver lo indignos que son los cálices, corporales y otros ornamentos usados en la Misa, y lo indecorosos que son los lugares donde reservan el santísimo sacramento, que es muchas veces trasladado, administrado y recibido sin respeto. Y añade: "¿No os mueve todo esto a compasión, cuando el mismo piadoso Señor se pone en nuestras manos, y lo tocamos y recibimos cada día en nuestra boca? ¿Es que ignoramos que un día iremos a parar a sus manos?" Sigue una invitación a rectificar y enmendarse, colocando el cuerpo de Cristo en lugar precioso, y guardado en un lugar digno las palabras escritas del Señor, según sus mandamientos y según las constituciones de la Iglesia.(p. 424, del libro de fr. Tomás)

Evangelizar desde el amor a la Iglesia

Francisco venía, pues, a sumarse a ese noble esfuerzo evangelizador, dejando confusos a los herejes, que apenas se atrevían a poner objeción a sus palabras. En sus predicaciones nunca dejaba de insistir en la necesidad de conservar íntegra e inviolable, por encima de todas las cosas, la fe de la Iglesia de Roma, porque sólo en ella se encuentra la salvación. Y la misma catolicidad y ortodoxia que exigía en la Regla a sus hermanos, la recomendaba vivamente a los demás, pidiendo un supremo respeto a los pastores de la Iglesia. (pp. 466-467, del libro de fr. Tomás)

Tres ejes de la vida franciscana

 

–Escribe –le dijo– que bendigo a todos mis hermanos, a los que están en la Orden y a los que vendrán a ella hasta el fin del mundo. Puesto que la debilidad y los dolores de mi enfermedad me impiden hablar, voy a dejar expresada mi última voluntad en tres frases: que, en señal de recuerdo de mi bendición y testamento, los hermanos se amen y se respeten siempre unos a otros; que amen y respeten siempre a nuestra señora, la santa pobreza; y que se muestren siempre sumisos a los obispos y a todos los clérigos de la Santa Madre Iglesia. (p. 643, del libro de fr. Tomás)
 

Ser Evangelio viviente

Luego mandó llamar a todos los hermanos que estaban en la Porciúncula, los alentó con palabras de consuelo, los exhortó con amor de padre al amor de Dios, y se prolongó hablándoles ampliamente de la paciencia, la pobreza y la fidelidad a la Iglesia de Roma, insistiendo en que pusieran el Evangelio por encima de cualquier otra norma. Luego los fue bendiciendo a todos, uno por uno, como el Señor le inspiraba.(pp.674-675, del libro de fr. Tomás)

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