Intervención de

Mons. Jesús Sanz Montes,

franciscano, obispo de Jaca y de Huesca, y Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

 

 

Presentación en Madrid (05-mayo-2009)

 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "FRANCISCO DE ASÍS, PASO A PASO"

DEL P. TOMÁS GÁLVEZ CAMPOS OFMCONV

 

1. La memoria de los santos: entre la banalidad y la subversión

Presentar una biografía de un santo podría parecer algo bueno y piadoso, pero acaso banal o tal vez subversivo. Puede surgirnos la pregunta de por qué hacer memorial de una persona santa cuando ya lo hacemos del Santo Dios, es decir, qué tiene esa persona conmemorada que no tenga Jesucristo, qué ha dicho esta persona que no esté ya pronunciado en la palabra del Hijo de Dios.

Sin duda, nos podemos preguntar con todo derecho si no es suficiente Cristo y el Evangelio, y por qué tenemos que recurrir a un santo y a su palabra, pero en primer lugar hay que decir que no se trata de una sustitución ni de un desplaza­miento, sino más bien de una verificación, en el sentido más hondo de la palabra: verum facere. Podría­mos caer también nosotros en la sospecha o al me­nos en la cautela ante los san­tos, como si ellos representasen una peligrosa distracción e incluso una imper­donable sustitu­ción del y de lo único importante: el Señor Jesús y su Evangelio, el único mediador entre Dios y los hombres (Cf. Jn 14,6; Heb 3-5).   

Sin embargo, la historia cristiana, como salvación narrada que es, nos dice que los santos no son: ni atentado contra lo único importante: Dios, ni distrac­ción de su palabra, ni sustitución de su gracia. Esto queda sintetizado en el prefacio de los santos en el Misal Romano: «Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos la corona de gloria que no se marchita» (Prefacio de los Santos, I. Misal Romano (BAC. Madrid 2007) 978). Es decir, un ejemplo, una intercesión y una participación que nos recuerda la misma vocación a la que estamos llamados y desde la misma situación humana en la que cada uno en su circunstancia peregrina hacia la gloria.

            Dice Antonio Sicari en su bella biografía de Isabel de la Trinidad, a propósito de la “revelación” de Dios en sus santos: “no se trata de una biografía en el sentido tradicional del término. Es más bien el relato de una teología vivida. Ciertamente Dios ha hablado `una vez por todas' en su Verbo encarnado y escrito, pero continua explicando su Palabra en la existencia de todos aquellos que aceptan asimilarla como pan de vida. Y la ciencia teológica ya ahora debe aprender a tener en cuenta esta especie de `prolongación' de la revelación. Sucede, no obstante, que en las secretas decisiones de su corazón, Él escoge a veces a alguno de sus hijos, para una particular misión al respecto” (A. Sicari, Elisabetta della Trinità. Un'esistenza teologica. Ed.OCD. Roma 1984, 7).

            Efectivamente, Dios vuelve a hablar, a revelársenos, a gritársenos y entregársenos... en sus santos, como en una prolongación de Aquél que prometió estar con nosotros hasta el final de los tiempos (Mt 28,20).

            Su Palabra siempre elocuente y su Presencia jamás ausente, se nos da y acerca por medio de los santos. Y así “como la Iglesia posee una historia irrepetible de la salvación, así también posee una historia única de la santidad. En fases siempre nuevas los santos han actualizado cuanto les había sido comunicado y hecho partícipes en la comunión de vida y de destino con Cristo. Cuales testigos eficaces del Señor han hecho continuamente brillar el cristianismo en las alternas vicisitudes de la historia, y han realizado en formas nuevas y concretas el ser cristiano. Por el contrario, la 'segunda existencia' que ellos viven a lo largo de los siglos, trata de hacer que la Iglesia en su conjunto o las particulares comunidades religiosas, sigan su ejemplo atrayente y lo hagan fecundo en la vida práctica” (K. Hausberger, Gli scandali dei santi nella vita della Chiesa, en W. Beinert (ed), Il culto dei santi oggi. Paoline. Cinisello Balsamo 1985, 144).

            Desde el principio del cristianismo, esta mirada al testigo, al mártir, al santo, era algo importante. Por eso el libro de la Didajé –primer catecismo o vademecum cristiano–, al hablar de los deberes de los fieles hacia la comunidad cristiana, exhorta: “buscarás cada día los rostros de los santos para descansar en sus palabras” (Didaché, 4,2).

            Pues bien, los santos no aparecen en la conciencia cristiana como super-héroes en un particular museo. Si descansamos en las palabras de los santos y cada día buscamos sus rostros, es porque hay otra Voz que en ellos resuena, y hay otro Semblante que en ellos se transparenta.

2. San Francisco de Asís: su caso

 A la luz del significado del santo en nuestra tradición cristiana, podemos acceder a San Francisco como un lugar donde Jesucristo y su Evangelio son encontrables y audibles en la biografía espiritual de quien tuvo una devotio llena de amor apasionante y apasionado hacia Jesús.

Pero de San Francisco hemos de evitar precisamente los reduccionismos de su rostro y de sus palabras, para poder cap­tar en lo que acon­teció en su vida: una forma mentis que generó una forma vitæ. Agostino Gemelli, en su ya clásica y voluminosa obra Il Francescanesimo, indicaba sobre a propósito del recuerdo del Poverello que se había recibido del siglo XIX: «la admi­ración hacia el santo de Asís fue en ciertos intelectuales de fina sensibilidad una reacción a la aridez del positivismo; para algunos estetas, har­tos de bellezas de museo o de salón, un nuevo gozo como si de pan casero se tra­tase después de tantas golosinas; fue para ciertos estudiosos de historia y de so­ciología, y para algunos aficionados a la mística, un campo prometedor de inda­gaciones; en resumen, fue esteticismo. Para los otros, para los creyentes que [...] se acercaban a san Francisco religiosa­mente, sin esteticismos y sin ideología, el franciscanismo fue y es, con las debidas excepciones, más bien un consuelo, una práctica de piedad, una mina de indul­gencias, y si se terciaba, una honorable ban­dera, más que una forma mentis y una forma vitæ» (A. Gemelli, Il Francescanesimo. Porziuncola. Assisi 2001, XVII-XVIII).

Efectivamente, el acercamiento a un fundador que genera una forma nueva de pen­sar y una forma nueva de vivir, sólo se da cuando en este hombre se acoge una palabra y una gracia que son más grandes que él mismo, y por lo tanto no se asiste sin más a la genialidad o a la generosidad de un gran hombre y un gran cristiano –que sin duda lo es–, sino al misterio de la gracia de Dios que en la carne de ese hombre se hace elocuencia y manifestación. Por ello es importante explicar a San Francisco desde lo que aconteció en su existencia, desde lo que dio sentido a su vida, desde la verificación en él de un singular aspecto del evento cristiano, pudiendo con-vivir con él por la gracia del don de su vida para nosotros: Dios revelado en Jesucristo pobre y crucificado, Dios reve­lado como Padre que a todos y a todo fraterniza, Dios que bendice una vez más la biena­ven­turanza de los mansos y de los que construyen la paz.

En unos de los documentos hagiográficos más populares del trecento ita­liano, los célebres Fioretti, se intercala un delicioso diálogo entre dos hombres, maestro y discípulo, en el que éste se pregunta la razón del atractivo de aquél, cuando, presuntamente, no ha­bía motivos destacables para tal admiración. Se trata de la pregunta que Fr. Maseo de Marignano hará a San Francisco de Asís, con una curiosidad rayana en la extrañeza: «¿por qué a ti, por qué a ti, por qué a ti? [...]. Me pregunto ¿por qué todo el mundo va de­trás de ti y no parece sino que todos pugnan por verte, oírte y obedecerte? Tú no eres hermoso de cuerpo, no so­bresales por la ciencia, no eres noble, y entonces, ¿por qué todo el mundo va en pos de ti? [...]. ¿Quieres saber por qué a mí viene todo el mundo? Esto me viene de los ojos del Dios altísimo, que miran en todas partes a buenos y malos, y esos ojos santí­simos no han visto, entre los pecadores, ninguno más vil ni más inútil, ni más grande pecador que yo. Y como no ha hallado sobre la tierra otra criatura más vil para realizar la obra maravillosa que se había propuesto, me ha escogido a mí para confundir la nobleza, la grandeza, y la fortaleza, y la belleza, y la sabi­duría del mundo, a fin de que quede patente que de Él, y no de creatura alguna, proviene toda virtud y todo bien, y na­die puede gloriarse en presencia de Él, sino que quien se gloría, ha de gloriarse en el Señor, a quien pertenece todo honor y toda gloria por siempre» (Florecillas 10).

Efectivamente, Francisco no tuvo mejor res­puesta que dar más que decir lo único y lo mejor que supo decir en su vida: que él era un pobre, un pequeño, un pecador [...], pero Dios es gracia, es don, es todo bien, sumo bien, único bien (Cf. Test 1-3; TestSie 1-5; UltVol 1-3; ExhLeo 1-7). Esta es la pre­gunta que un biógrafo serio sobre San Francisco debe plantearse en el fondo: al hacer memoria de nuestro santo: ¿por qué a él? Sin que pueda latir jamás la sospecha de que Jesucristo y su Evangelio nos resultasen insuficientes.

3. Lectura de San Francisco de Asís según el Padre Tomas Gálvez Campos

Algo así, como si de una proclamación evangélica se tratase, podríamos también decir una palabra final sobre la biografía que este hijo de San Francisco, el P. Tomás Gálvez Campos, ha escrito sobre su padre y fundador. Porque toda lectura tiene inevitablemente el sello preciso y precioso del "según" del escribano. Y así como para el Señor tenemos los cuatro escribanos evangelistas con sus cuatro relatos canónicos sobre la memoria Jesu, sobre el recuerdo de Jesús, así también con una biografía de un santo.

El problema con san Francisco no es la falta de fuentes y documentación, sino precisamente la sobreabundancia. Han sido muchos los escribanos hagiógrafos que nos han querido ya desde el primer momento, contarnos su visión del Poverello. Al final, encontramos que también Dios mismo lo intentó con soltura y finura, escribiendo la verdadera biografía de este cristiano singular en los renglones de la vida misma. Sólo la biografía del Señor tiene todos los registros, todos los matices, hizo crónica justa de las luces y las sombras de este peregrino del querer de Dios que fue Francisco.

Todos los demás, incluyendo la biografía del P. Tomás Gálvez, han sido aproximaciones de diverso calado, con distinto método, acentuando luminosamente algún perfil o eclipsando no siempre con inocencia algún otro rasgo del Santo de Asís.

Digamos en primer lugar que a través de las más de 700 páginas de este libro, "Francisco de Asís, paso a paso", no se ha pretendido escribir una biografía científica con todo el rigor hermenéutico que hoy se le exige a la moderna ciencia hagiográfica, pero tampoco estamos ante una larga improvisación de datos inconexos zurcidos tan sólo con el hilo del fervor. Hay una amplia vía intermedia entre la lectura científica y la meramente piadosa, que es una historia de santidad manteniendo ambos factores: que sea un relato histórico (y no fantasioso) y que tenga el objetivo de narrar la santidad (no los heroísmos o las vulgaridades). Esta historia de una santidad es la que he podido gustar en el hojeo de esta hermosa biografía sobre san Francisco.

            Ya el gran teólogo Hans Urs von Balthasar hablaba del método teológico desde una clave que incluye la santidad, es decir la historia de encuentro, de la cual nace una existencia teológica y teologal. Como dice un autor italiano «el santo no es profesión de minorías ni una pieza de museo. La santidad es la sustancia de la vida cristiana. Pero a pesar de la parcialidad de ciertas imágenes queda la huella de una idea fundamentalmente exacta, a saber, la idea de que el santo no es un superhombre, de que el santo es un hombre real, porque sigue a Dios y, en consecuencia, al ideal por el que fue creado su corazón y del que está hecho su destino» (L. Giussani, «Presentación», en C. Martindale, Los santos. Encuentro. Madrid 1988, 5). En este sentido, la teología que dimana de una existencia teologal, de una historia de santidad, es la que ha acuñado nuestro Von Balthasar con el feliz término de «teología arrodillada»: este insigne teólogo habla de estos dos tipos de teología: «En tanto fue una teología de santos, la teología fue una teología orante, arrodillada: por ello fueron tan inmensos su provecho para la oración, su fecundidad para la oración, su poder engendrador de oración. Hubo algún momento en que se pasó de la teología arrodillada a la teología sentada. Con ello se introdujo en la teología la división que al comienzo de este trabajo describimos. La "teología científica” se vuelve extraña a la oración y, por consiguiente, desconoce el tono con el que se debe hablar sobre lo santo. Entretanto, la teología “edificante”, al ir progresivamente perdiendo contenido, sucumbe no raras veces a un unción falsa» (H. U. von Balthasar, Ensayos teológicos. I. Verbum Caro. Cristiandad-Encuentro. Madrid 2001, 222).

            Hay un interés casi escrupuloso por contar la historia de San Francisco en esta biografía atendiendo a la secuencia temporal en constante evolución. No es un tratado sobre san Francisco en donde temáticamente se aíslan los diversos elementos de una espiritualidad tan rica como la del Poverello, sino un relato que se describe con libertad pero sin sobresaltos dando paso a lo que de hecho aconteció y según iba aconteciendo. Es un elemento importante y oportuno, porque en toda existencia sabemos y debemos distinguir si se trata de la precocidad inmadura de los primeros pasos, o de la aquilatada madurez de una experiencia curtida. Esta evolución humana y creyente de San Francisco acompaña el relato del P. Tomás Gálvez, y resulta no sólo atractiva sino también útil para el lector, porque se insinúa sin insinuar que todos tenemos un proceso, nuestro particular "itinerarium cordis in Deum".

            Tiene la virtud esta obra de contar este proceso humano y cristiano, incluyendo los distintos interlocutores que providencialmente lo acompañaron: desde los elementos socioculturales y geográficos de la época de San Francisco, hasta los factores de índole eclesial, económica y política que enmarcan una vida hecha de búsquedas y de opciones. Sin abrumar, esta biografía está salpicada de una serie de datos suficientes con los que se contextualiza, casi se domicilia, la libertad del Poverello en búsqueda de la gracia del Señor. Quedan bien sugeridos los factores más coyunturales de la época en cuestión, como la sociedad de Asís y sus encuentros y desencuentros con aquella Umbría italiana, la gloria y el declive del mundo clerical con sus hazañas y sus corruptelas, la fragmentación cristiana y su diálogo imposible con el emergente e implacable mundo musulmán. Pero también los factores personales de la gente que fue determinante en la andanza religiosa de Francisco: los padres, Clara de Asís, los primeros compañeros frailes, algunos obispos y la persona del señor Papa. Y por supuesto, los factores íntimos más envolventes y decisivos como es la acción de Dios a través de su gracia, la intercesión de María y de los santos, y la compañía de la Iglesia a la que el Poverello tanto amó y en cuyo seno quiso vivir.

Si como decía nuestro filósofo Ortega somos nosotros y nuestras circunstancias lo que propiamente nos define con integridad, no podríamos hablar de San Francisco colocándole en una isla humana, cultural o religiosa en la que jamás vivió ni se desvivió.

            Finalmente, y volviendo a la primera consideración sobre esta biografía, toda la narración se hace en diálogo con las fuentes medievales así como con los autores posteriores y contemporáneos que permiten documentar el hilo conductor de la obra. Hay una pequeña nota bibliográfica al final de sus páginas, y una discreta referencia a pie de página a lo largo del libro. Pero el P. Tomás no ha querido hacer alarde de una exhaustiva bibliografía abrumándonos con una enormidad de citas sin fin. Ha preferido dejar constancia humilde de su seriedad en el diálogo con todos estos autores y pasar al relato de San Francisco en cuestión.

            Se lee con gusto y la narración te engancha desde el primer momento. Este tipo de recursos no sólo se deben a la facilidad en el arte de la pluma, sino también a que lo que se está relatando tiene que ver de algún modo con el relator, es decir, no hay asepsia indiferente ni neutra en una biografía sobre San Francisco escrita por un franciscano, no la puede haber. Y en esta se nota: las derivas y los excursos, no son extravagancias sino digresiones de quien quiere entender lo que cuenta, quiere entenderse junto a lo que cuenta, y quiere dar a entender algo más grande a través de lo que cuenta.

            El punto final de esta obra la puso el P. Tomás en la tierra, tras años de vivencia de Francisco y en la tierra de Francisco. Pero la mejor presentación de este libro la habrá gozado ya él en ese cielo de la espera tras la hermana muerte que tan improvisadamente aconteció al P. Tomás, en donde piadosamente creemos que habrá entendido como nunca y para siempre la biografía que Dios mismo escribió sobre el mismo San Francisco.

            Mi enhorabuena a la Provincia Ntra. Sra. de Montserrat de los Franciscanos Conventuales por esta publicación y al Grupo editorial San Pablo por hacerla posible.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca

Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

 

Madrid, 5 mayo 2009

 

 
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