Carta encíclica de fray Elías

comunicando la muerte de san Francisco (3-10-1226)

   
   

 

De esta carta se conserva la copia que envió a fray Gregorio de Nápoles, ministro de Francia. A pesar de su extensión y de estar cargada de alegorías y citas bíblicas, al gusto de la época, su lectura transmite aún hoy toda emoción y los sentimientos que la inspiraron en su momento, aparte de ser un documento excepcional y de primera mano en lo concerniente a la muerte del Santo y a las cinco llagas que adornaron su cuerpo durante dos años.

Al querido hermano en Cristo fray Gregorio, ministro de los hermanos que están en Francia, y a todos los hermanos suyos y nuestros, un saludo de fray Elías pecador.
Antes de empezar a hablar, un gemido, y con razón:"mi gemido es como aguas desbordantes, porque nos ha llegado lo que temíamos, a mi y a vosotros; y lo que me aterraba me ha sobrevenido, a mi y a vosotros. Porque se ha alejado de nosotros el consolador; el que nos llevaba en brazos como corderos se ha marchado a una región lejana. El amado de Dios y de los hombres, el que enseñó a Jacob el camino de la vida y de la disciplina y entregó a Israel un testamento de paz, ha sido recibido en las mansiones luminosísimas.

Mucho habrá que alegrarse por él y dolerse por nosotros, que sin él, estamos rodeados de tinieblas y nos cubren las sombras de la muerte. El daño es para todos, pero para mí es un peligro particular, pues me ha dejado en medio de esas tinieblas, rodeado de múltiples ocupaciones y oprimido por males sin cuento. Por tanto os ruego que lloréis conmigo, hermanos, porque yo mucho lloro y sufro por vosotros, ya que somos huérfanos sin padre y privados de la luz de nuestros ojos.
La presencia del hermano y padre nuestro Francisco era, en verdad, luz verdadera, no sólo para los que estábamos cerca, sino también para los que estaban alejados de nosotros por profesión y vida. Era, en efecto, una luz procedente de la verdadera luz , que iluminaba a los que yacían en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Como auténtica luz luz meridiana eso es lo que hizo. El sol que nace de lo alto iluminaba su corazón y encendía su voluntad con el fuego del amor, predicando el reino de Dios y convirtiendo los corazones de los padres a los hijos, y el de los imprudentes a la prudencia de los justos, y en todo el mundo preparó para Dios un pueblo nuevo.
Su nombre se ha divulgado hasta en las islas lejanas y toda la tierra se maravilla por sus obras admirables. Por eso, hijos y hermanos, no queráis entristeceros en exceso, porque Dios, padre de huérfanos, os consolará con su santa consolación. Y si lloráis, hermanos, llorad por vosotros mismos, no por él. Pues nosotros, en medio de la vida, vivimos en la muerte, mientras él ha pasado de la muerte a la vida. Y alegraos, porque antes de separarse de nosotros, como otro Jacob, ha bendecido a todos sus hijos y ha perdonado todas las culpas que cualquiera de nosotros hubiese cometido o pensado contra él.
Y ahora os anuncio un gran gozo y un nuevo milagro. El mundo no ha conocido un signo tal, a no ser en el Hijo de Dios, que es Cristo el Señor.
No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro apareció crucificado, llevando en su cuerpo cinco llagas que son, ciertamente, los estigmas de Cristo. Sus manos y sus pies estaban como atravesadas por clavos de una a otra parte, cubriendo las heridas y del color negro de los clavos. Su costado aparecía traspasado por una lanza y a menudo sangraba.
Mientras su alma vivía en el cuerpo no había belleza en él, sino un rostro despreciable, y ninguno de sus miembros quedó sin sufrimientos. Sus miembros estaban rígidos por la contracción de los nervios, como sucede con los difuntos, pero después de su muerte su aspecto se volvió hermosísimo, resplandeciente de un candor admirable, agradable a la vista. Y sus miembros, que antes estaban rígidos, se volvieron blandos como los de un niño tierno, pudiéndose doblar a un lado u otro, según su posición.
Por tanto, hermanos, bendecid al Dios del cielo y proclamadlo ante todos, porque ha sido misericordioso con nosotros, y recordad a nuestro padre y hermano Francisco, para alabanza y gloria suya, porque lo ha engrandecido entre los hombres y lo ha glorificado delante de los ángeles. Rezad por él, como antes nos pidió, e invocadlo para que Dios nos haga participes con él de su santa gracia. Amén.
Nuestro padre y hermano nuestro Francisco marchó con Cristo el domingo cuatro de octubre, en la primera hora de la noche anterior (n. del t.: la noche del sábado de 1226).
Vosotros, pues, queridos hermanos a los que lleguen estas letras, privados de del consuelo de tal padre, demos rienda suelta a las lágrimas, siguiendo los pasos del pueblo israelita, cuando lloraba por sus célebres guías Moisés y Aarón. Pues, si es acto de piedad alegrarse con Francisco, también lo es llorar por Francisco. Es piadoso alegrarse con Francisco, pues él no ha muerto, sino que ha marchado a los mercados del cielo, llevando consigo la bolsa del dinero, y regresará por la luna llena. Es piadoso llorar por Francisco, porque quien entraba y salía como Aarón, trayéndonos de su tesoro de lo viejo y de lo nuevo y consolándonos en toda tribulación nuestra, ha sido arrebatado de entre nosotros y ahora somos huérfanos de padre.
Mas, porque está escrito: "En ti se confía el pobre, tú eres protector de huérfanos". Por eso, queridos hermanos todos, orad insistentemente para que, aunque el pequeño cántaro de barro se haya roto en el valle de los hijos de Adán, el Señor, que es el gran alfarero, se digne moldear otro digno de honor, que esté sobre la multitud de nuestra gente y, cual verdadero Macabeo, nos preceda en la batalla.
Y, puesto que no es superfluo rezar por los difuntos, orad al Señor por su alma. Cada sacerdote diga tres Misas, cada clérigo el salterio, los legos cinco Padrenuestros, los clérigos celebren la vigilia solemnemente, en común. Amén.
Fray Elías pecador.

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