En Egipto, en la Quinta Cruzada

Vida de san Francisco de Asís

   
   


El capítulo "de las esteras" de 1219

(26 de mayo).Dice la Crónica de los XXIV Generales que en el Capítulo de 1219 en Santa María de la Porciúncula, "elegidos de nuevo los ministros, fueron enviados los hermanos por todo el mundo, llevando cartas del señor Papa". En él participaron los hermanos de todas las provincias. Los candidatos a entrar en la Orden fueron tantos, que hubo que limitar a 500 el número de admisiones anuales, lo que nos permite calcular en unos 2000 el número de participantes de este año (en 1221 serán 3000). Este capítulo, como el anterior y el de 1221 se conocen como "de las esteras" por las chozas de estera en que se resguardaban los frailes.


Misiones a países cristianos

<(1219-1221). Excepto a Alemania, donde fueron tan mal tratados, los hermanos regresaron a las mismas provincias creadas dos años antes. En Francia aún encontraron la resistencia de algunos obispos, lo que obligó al papa a intervenir de nuevo. Su ministro seguía siendo fray Pacífico, que fundó la fraternidad de París y extendió la Orden hasta los Países Bajos. Fray Juan Parenti sustituyó a Bernardo de Quintavalle como ministro de la provincia española. Lo acompañaban un centenar de hermanos, que celebraron su primer capítulo provincial en Zaragoza, por San Miguel, después de ser bien recibido por el pueblo, clero y autoridades de la ciudad el 15 de agosto. Las casas fundadas por Juan Parenti entre 1219 y 1227, fecha de su elección como primer sucesor de San Francisco, fueron muy numerosas en todos los reinos de la Península. De la provincia de Hungría tenemos pocas noticias, pero sabemos que la Orden se extendió rápidamente por los territorios de Serbia, Croacia, Eslovenia etc.


Misiones a países musulmanes

(1219-1220). La gran novedad del 1219 fue el envío de hermanos a países musulmanes. Francisco creyó que era el momento de dar el gran paso, enviando a algunos de ellos a testimoniar la fe con la predicación y con la propia vida, si era necesario, entre sarracenos. Una decisión importante, pues hasta ese momento las únicas relaciones posibles entre el Islam y el Cristianismo eran la Cruzada o la Guerra Santa, aunque ya algunos, como San Francisco, Santo Domingo o San Juan de Mata hacían presagiar un nuevo modo de relación más evangélico, basado no en la fuerza de las armas, sino en el poder de la Palabra y el testimonio de la propia vida. En el capítulo 16 de la primera Regla, añadido tal vez este mismo año, se puede ver cuál es el nuevo espíritu que impulsa a nuestro Santo a "ir entre sarracenos". Para ir a Túnez se ofrecieron voluntarios dos hermanos: fray Gil y fray Electo, que enseguida provocaron las iras del pueblo con su predicación, y sólo se salvaron  porque los pacíficos comerciantes genoveses y catalanes asentados en aquellas tierras, temiendo por sí mismos y por sus familias, los embarcaron a la fuerza de regreso a Italia.


Marruecos, los primeros mártires

(1220, 16 de enero). Distinta suerte corrieron los cinco hermanos enviados a Marruecos: Berardo, Pedro, Adiuto, Acursio y Odón, decapitados por el mismo rey del país, el 16 de enero de 1220, por su insistencia en anunciar a Cristo como verdadero y único Salvador. La noticia de la muerte de los protomártires franciscanos hizo llorar a Francisco, que exclamó: "ya puedo decir que tengo cinco hermanos menores". Clara también lloró, lamentando no poder ir también ella a evangelizar a los no creyentes. Fray Gil se lamentaba, años más tarde, de que los superiores de la Orden no hubiesen hecho nada para conseguir su canonización. Pero ya San Francisco había prohibido que circulara una "leyenda" o relato del martirio escrita por sus frailes, pues decía que cada cual debe gloriarse de su propio martirio y no del ajeno. El martirio y posterior traslado de los restos de los cinco hermanos a la iglesia de Santa Cruz de Coimbra (Portugal) animó a uno de los religiosos agustinos de aquel monasterio a hacerse franciscano, ansioso como estaba de martirio. Se llamaba Fernando y era de Lisboa. Ahora todos lo conocemos como San Antonio de Padua.


San Francisco en el asedio de Damieta (Egipto)

Francisco nunca quiso dar la impresión de que enviaba a los suyos a soportar penalidades mientras él se quedaba tranquilo en su tierra. por eso decidió ir más allá que ellos y se embarcó en Ancona, rumbo a Palestina y a Egipto, donde se desarrollaba la Quinta Cruzada. Las cruzadas empezaron en el año 1095 con la intención de liberar Jerusalén y los Santos Lugares, pero en tiempos del Santo la verdadera finalidad, en contra de los deseos de Inocencio III y de Honorio III, ya no era recuperar Jerusalén, sino conquistar tierras y extender el dominio occidental por todo el Mediterráneo. De ahí la toma del imperio cristiano bizantino de Constantinopla (Cuarta Cruzada, 1202-1204) y el asedio de Damieta, en el delta del Nilo (Quinta Cruzada, 1218-1220), como primer paso para dominar el país de Egipto. Los cronistas de la época nos han contado con detalle el desarrollo de la campaña de Egipto y también se hicieron eco de la presencia de San Francisco en el campamento cristiano, donde asistió a una batalla en la que perdieron la vida muchos españoles. Su dolor fue grande, porque había avisado de la derrota, y no fue escuchado. El ejército cruzado se encontraba a las puertas de Damieta, mientras los musulmanes acampaban al otro lado del Nilo.


Se dirige con su compañero al campamento egipcio

En una de las escasas treguas entre los combatientes, a pesar de la resistencia del legado pontificio, el cardenal español Pelayo Gaytán, que no les quiso dar permiso, aunque tampoco se lo impidió, Francisco y su compañero fray Iluminado cruzaron el río en barca y se dirigieron al campamento musulmán. Antes habían rezado el salmo 23: "El Señor es mi pastor". La vista de unas ovejas le recordó las palabras de Jesús: "Os envío como ovejas en medio de lobos". Y así fue, pues los guardias egipcios se abalanzaron sobre ellos como fieras y por poco si los matan, de no ser porque empezaron a gritar: "¡Sultán! ¡Sultán!. Entonces, pensando que eran portadores de alguna embajada o que querían hacerse musulmanes, dejaron de golpearlos y los llevaron ante el rey.


Propone al Sultán una "ordalía" o prueba del fuego

El Sultán se llamaba Melek el Kamel. Era ra hijo de Cherf Eddim Melek Moaddam Issa y nieto de Saladino. Francisco le explicó que no los enviaba nadie, ni querían pasarse al Islám. "Somos embajadores de nuestro Señor Jesucristo -le dijo- y traemos un mensaje de su parte, para ti y tu pueblo: que creáis en el Evangelio". También le explicó que, por el bien de su alma, estaba dispuesto a demostrarle, en presencia de los sabios de su reino, que su religión era falsa, no con argumentos bíblicos (pues no creían en las Escrituras), ni racionales (pues la fe está muy por encima de la razón), sino entrando él y sus jefes religiosos en una gran hoguera. "Y si me quemo -terminó diciendo- atribúyelo a mis pecados, pero si no, será señal de que tu religión es falsa, y tú te harás cristiano y creerás en Cristo, fuerza y sabiduría de Dios y Señor y Salvador de todos". Al oír esto, algunos jefes religiosos musulmanes allí presentes se escabulleron enseguida, alarmados, haciendo sonreír al rey, que respondió:  "No puedo hacer esto, mi gente mi mataría a pedradas". La propuesta de San Francisco puede parecer descabellada, pero lo que hizo fue aceptar el reto que un día Mahoma, fundador del Islam, lanzó al obispo y a los cristianos de Nadjam, que acudieron a Medina a rendirle pleitesía y prefirieron someterse, antes que pasar aquella prueba.


Buenas relaciones entre Francisco y Melek-el-Kamel

Melek el Kamel ordenó que curasen a los dos hermanos de las heridas sufridas durante el arresto, y que los atendiesen con todo respeto, en espera de que acudieran al campamento algunos de los jefes religiosos más importantes del reino. Francisco y su compañero pudieron exponer libremente la palabra de Dios a los musulmanes, aunque sin éxito, pues la mayoría los miraba con hostilidad y desconfianza. No así el Sultán, que cada día conversaba con él y ponía a prueba su fe y su sabiduría. "Que venga ese hombre -decía- que parece un verdadero cristiano". Y Francisco aprovechaba para hablarle de Cristo. Cuando llegaron los jefes islámicos y conocieron el motivo de la convocatoria se indignaron muchísimo contra el rey y lo reprendieron porque, en vez de defender la ley contra el adversario, daba audiencia, imprudentemente, a aquellos infieles, quienes, según la ley, debían morir decapitados. Pero el rey tranquilizó a Francisco, diciéndole: "Esta vez iré contra la ley. No seré yo quien condene a muerte a quien viene a salvar mi alma, a riesgo de su propia vida". Y el santo, viendo que su estancia allí ya no tenía sentido, pidió permiso para regresar al campamento cristiano. Entonces el Sultán le ofreció preciosos regalos, mas él no quiso aceptarlos, ni siquiera para los pobres, pues no se fiaba demasiado de sus intenciones. El cuerno de marfil tallado que se conserva entre las reliquias de la Basílica de San Francisco en Asís podría ser el "pasaporte" que, según Ángel Clareno, entregó el Sultán al Santo para que pudiese recorrer libremente tierras musulmanas. Al despedirse, el rey le dijo en secreto: "Rezad a Dios para que se digne manifestarme cuál es la ley y religión que más le agrada.

Hay buenas razones para creer que el sultán de Egipto quedó fuertemente impresionado por la personalidad del Santo de Asís. Su vida, desde luego, ya no fue la misma. Y no nos referimos a las Florecillas, que dicen que recibió el bautismo antes de morir; ni a San Buenaventura, que dice que desde entonces llevó la fe cristiana impresa en el corazón. Son los mismos cronistas de la Cruzada los que dan fe del cambio notable observado en el comportamiento moral del rey. Mateo París, por ejemplo, que lloró su muerte como una calamidad para los cristianos, dice que se esperaba de él que recibiera el bautismo. También Juan de Brienne, jefe de la Cruzada, que se hizo fraile Menor antes de morir y está sepultado en la Basílica de Asís, lloró de emoción por el buen trato que él y sus tropas recibieron de Melek el Kamel cuando los cristianos perdieron Damieta y fueron apresados y luego liberados por las tropas egipcias.

(Fratefrancesco.org - Fr. Tomás Gálvez)

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